Según datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS), el sobrepeso y la obesidad en la infancia están aumentando rápidamente y colocan al Perú en el octavo peor lugar en el mundo. Entre 2009 y 2010, el 8,2% de niños y niñas menores de 5 años de edad tenía sobrepeso a nivel nacional, llegando al 19% en la costa sur del país. En los mismos años, uno de cada cuatro niños y niñas de 5 a 9 años de edad (24,4%) tenia sobrepeso u obesidad. Contrariamente a la idea de que el sobrepeso y la obesidad están limitados a los sectores opulentos, el 17,5% de niños y niñas pobres y el 9,8% de niños y niñas en extrema pobreza sufren de sobrepeso y obesidad, cuyo mayor porcentaje se da en los quintiles de más bajos ingresos de Lima.
La creciente irrupción de los alimentos industrializados, especialmente los denominados “ultraprocesados”, así como la comida rápida “chatarra”, causada entre otros factores por el aumento de la urbanización y un mejor poder adquisitivo de las familias, están demostrando ser una mezcla explosiva para la obesidad infantil.
Las principales causas de la epidemia de sobrepeso y obesidad infantil son:
1) Exceso de consumo de azúcar y harinas refinadas, y consumo inadvertido de jarabe de maíz de alta fructuosa, que muchas veces se rotula como “azúcar añadida”, que inhibe la producción y funcionamiento de las hormonas que controlan el apetito y saciedad y aumentan rápidamente los niveles de glucosa, por lo que está asociada a mayor incidencia de diabetes que el propio azúcar.
2) Consumo de grasas saturadas y grasas trans, que además del gran aporte en calorías, aumentan el colesterol malo y reducen el bueno, originando depósitos grasos en las arterias y tejidos, desencadenando procesos inflamatorios. Las grasas trans se encuentran principalmente en alimentos industrializados, pero una porción de 150 gramos de papas fritas puede contener hasta 7 gramos de grasa trans.
3) Exceso de consumo de sal, que causa hipertensión arterial, asociada al 51% de accidentes cerebrovasculares y 45% de cardiopatías isquémicas en el mundo. Algunas bebidas azucaradas contienen sal, que también está presente en aditivos como el glutamato monosódico y bicarbonato de sodio.
4) Cambio en los hábitos de vida, con sedentarismo y aumento de consumo de alimentos industrializados no saludables, especialmente en las loncheras escolares y alimentos disponibles en las escuelas. Adicionalmente, los alimentos y bebidas industrializados contienen colorantes, saborizantes, preservantes y plásticos como el BPA o bisfenol, asociado directamente con la obesidad.
5) Publicidad en medios masivos que promueve el consumo de alimentos obesogénicos dirigidos a la infancia.
6) Los bebés y niñas y niños gorditos son percibidos culturalmente como saludables en el entorno familiar y social, como se aprecia en el cuadro del “Cristo Niño con Juan El Bautista” de Rubens.
CRISTO CON JUAN EL BAUTISTA COMO NIÑOS Y DOS ANGELES
Existe la creencia que la obesidad infantil es un fenómeno “pasajero” que se supera con la edad. Sin embargo, hay crecientes evidencias de que niños obesos serán adultos con sobrepeso u obesos, que actualmente constituyen el 62% de la población de 30 a 59 años del país. La obesidad infantil daña en forma permanente importantes procesos metabólicos, lo que se traduce en enfermedades crónico-degenerativas, ocasiona depósitos grasos en arterias de los niños y niñas, diabetes juvenil, hipertensión arterial infantil y aun infartos, como fue el caso de Poncho, un niño de 12 años que falleció en el año 2014 en México por un infarto cardíaco causado por la obstrucción de sus arterias coronarias.
La promulgación de la Ley de Alimentación Saludable y su Reglamento, que señala que se debe incluir en las etiquetas de alimentos y bebidas industriales el nivel máximo de azúcar, grasa saturada y sal recomendado, son pasos positivos pero aún insuficientes para enfrentar este problema, que requiere de una intensa acción educativa sobre alimentación y hábitos de vida saludables para corregir la información asimétrica que recibe la población, así como incluir la regulación de las grasas trans y del jarabe de maíz de alta fructuosa, que han sido omitidos. Igualmente, se requiere que la industria alimentaria, más allá de considerar este tema como un sobrecosto o traba empresarial, se convierta en aliada de la salud infantil, desarrollando alimentos más saludables para nuestra infancia, que respondan a su papel de corresponsabilidad social en este problema.
Una respuesta menor a la necesaria para enfrentar este gravísimo problema tendrá enormes costos humanos, sociales y económicos en la presente y las futuras generaciones, cuya dimensión en el campo de la salud pública solo puede compararse con los efectos de la desnutrición crónica infantil, la otra cara de la malnutrición en la infancia.
*Oscar Castillo, médico pediatra, especialista en gestión de proyectos y políticas públicas, miembro del Grupo Impulsor Inversión en la Infancia.