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OPINION
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Algo hicimos mal

Por: León Trahtemberg

El costarricense Oscar Arias invitó a sus colegas presidentes a revisar sus políticas sociales en la Cumbre de las Américas, realizada en Trinidad y Tobago el 18 de abril de este año, para encontrar las respuestas a la enorme pobreza, exclusión e inequidad que caracteriza a nuestras naciones. Su discurso se tituló “Algo hicimos mal”, y sus conceptos bien podrían calzar con la realidad peruana.

En este mundo en el que los gobiernos trabajan en el ping pong de los economistas, que suelen creer que hay que ajustar presupuestos y ahorrar costos fiscales como sea, y de los abogados, que creen que basta dar leyes para transformar la realidad, los que pagan el pato son los infantes y niños pobres.

No hay ministerios de la infancia, ni padrinos poderosos que hablen por ellos; no hay dinero para garantizarles una adecuada atención primaria, alimentación, nutrición, salud, educación y recreación. No hay visión para construir un país sensible a las necesidades de los niños, mucho menos de aquellos que tienen alguna discapacidad o necesidad educativa especial. Con ello, se les niega la opción a la equidad, igualdad de oportunidades, justicia social, felicidad y a romper el círculo vicioso de la pobreza intergeneracional que se transmite de padres a hijos.

A propósito de los administradores y economistas que piensan en términos económicos, les propongo un reto. Intenten calcular cuánto pierde el Perú, colero en las tablas de indicadores educativos mundiales, por no tener una infancia bien atendida y estimulada, una población infantil bien educada y una importante intelectualidad científica, tanto en los campos humanísticos como en los científicos y tecnológicos, al nivel de los países que lideran las tablas mundiales de buen desempeño educativo y económico, como, por ejemplo, Corea del Sur y Australia. Les ayudaré con unos datos.

El Perú tiene 28 millones de habitantes, un PBI per cápita de 4,800 dólares, con un coeficiente de inequidad Gini de 0.52. El 3% del PBI va a educación y el 0.16% a investigación, ciencia y tecnología. La composición de sus exportaciones, en cuanto a productos primarios, manufacturas y de alta tecnología (2005) es: 83%, 17% y 2.6%, respectivamente.

En cambio, Corea del Sur y Australia tienen, respectivamente, 48 y 22 millones de habitantes, un PBI per cápita de 22,000 y 34,000 dólares anuales, del cual el 4.7% y 4.6% va para educación, y el 3.22% y 2.45% para investigación, ciencia y tecnología. El coeficiente de Gini de ambos es 0.32. Sus exportaciones primarias, manufacturas y de alta tecnología (2005) son de 9%, 91% y 32%, y de 65%, 25% y 13%, respectivamente.

Una simple lectura comparativa, sin pretensión de gran rigor académico, nos dará la respuesta: el ingreso per cápita de los países líderes en educación, con fuerte inversión en infancia, investigación, ciencia y tecnología, que logran exportaciones con alto valor agregado, es entre 5 y 7 veces más grande que el peruano.

Por no invertir suficiente en infancia, educación, investigación, ciencia y tecnología, el Perú tiene casi el doble de nivel de desigualdad que países como Corea del Sur y Australia.

Un PBI bajo restringe los ingresos fiscales, generados mayoritariamente por exportaciones de materias primas sin valor agregado y bajo costo relativo frente a los productos terminados. Pero esta estructura, que confía en que los ingresos fiscales dependerán de las exportaciones de materias primas, trae aparejada tres problemas:

1. Los ricos se harán más ricos y los pobres más pobres 2. Será imposible revertir esa estructura sin una fuerte intervención del estado. 3. El descontento creciente se expresará con violencia creciente.

La única forma para reducir la pobreza, aumentar la productividad de la población peruana y la competitividad del país, consiste en contar con una infancia sana y estimulada, y una generación joven bien educada. Eso no va a ocurrir por sí solo. Esa es la responsabilidad del estado.


León Trahtemberg Siederer, egresado de Ingeniería de la Universidad Nacional de Ingeniería y del Magister en Administración de Empresas de la Universidad del Pacífico. Ha sido distinguido con las Palmas Magisteriales en el grado de Amauta. Además, es especialista en Administración de la Educación y obtuvo una maestría en Educación de la Universidad Hebrea de Jerusalén. Fue profesor y director general del Colegio León Pinelo por 25 años hasta el año 2008 y realiza consultorías sobre temas relacionados con la educación.


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