Edición 10
Noviembre de 2009
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EXPERIENCIA
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ALDEA YANAPAY

Otra forma de vivir la niñez

Yuri Valencia no aparenta los 30 años que lleva a cuestas. Es un niño que emplea el cuerpo de un adulto. Uno puede verlo dando vueltas por las calles del Valle Sagrado en Cusco, siempre rodeado de un enjambre de niños que ríen. Yuri les ha devuelto la sonrisa a ese grupo de pequeños cuando su idea dejó de ser un sueño y fundó la Aldea Yanapay.

Yanapay es la palabra quechua para designar “ayuda”. La Aldea Yanapay es un espacio donde la convivencia es armonía, respeto y tolerancia. ¿Cómo empezó esta aventura? Yuri soñó por muchos años con hacer algo. Esa pulsión se tradujo en una meta: trabajar en la educación. No cualquier tipo de educación, enfatiza Yuri, sino una con amor, que tenga como principio básico que “lo más bello es poder dar posibilidades”. Por ello, en 2004, consciente de sus posibilidades, empezó con una pequeña escuela alternativa, donde más de 60 niños recibían educación gratuita en valores. Al segundo año, la iniciativa incursionó en Internet y se pudo potenciar un programa de voluntariado, que, a la larga, ha rendido frutos: la aldea siempre cuenta con jóvenes entusiastas de distintos países, que ponen el hombro y colaboran en la tarea de educar a los niños.

La autogestión de la aldea, en sus inicios, fue complicada. Se las ingeniaron para seguir adelante con la venta de cuadros y tarjetas hechas por Yuri, un poco de sus ahorros y el financiamiento de otros amigos, hasta que el restaurante Aldea Yanapay se hizo realidad en 2006 y abrió sus puertas. Se constituyó en la principal posibilidad económica para financiar otros proyectos y en el ejemplo de lo que debía ser un comercio justo: “respeto a sus trabajadores y un lugar de constante intercambio cultural”, dice Yuri. Pasaron los años, la escuelita ya no se daba abasto para recibir a los niños que seguían llegando y la aldea creció: una escuela más, un taller estable de teatro y un proyecto junto a la policía para ayudar a menores de edad en extremos riesgo.

“Lo que se necesita no es solo un alivio del hambre material, sino también una compensación y una sobrealimentación de aquel hambre que algunos han olvidado por ser gratis e invisible: valores, principios y amor. Esa es la filosofía y el móvil de la Aldea Yanapay”, precisa el promotor de este proyecto educativo.

La iniciativa, que empezó como una idea personal, hoy compromete a toda una comunidad que apuesta por el desarrollo, desde temprana edad, de sus niños, teniendo como herramienta principal una educación donde primen las emociones. En la Aldea Yanapay y en la percepción de todos sus miembros, importa tanto el pan como el abrazo de cada día. Yuri rescata algunos de sus lineamientos: “la Aldea Yanapay luchará por mantener las tradiciones de las culturas y del pasado de los pueblos, sin descartar la evidente globalización que hoy envuelve al mundo, intentando buscar un equilibrio. La Aldea Yanapay ayuda y respalda a todo proyecto e institución que aporte algo constructivo a la sociedad”.

La educación emocional de esta iniciativa recorre, transversalmente, todas las actividades de los niños que crecen desarrollando sensibilidades y competencias para relacionarse con las personas en un contexto de tolerancia. Todo ello se reduce en su máxima: “cuando conoces a otra persona: intenta entenderlo; si no lo entiendes, acéptalo; si no lo entiendes ni lo aceptas, solo respétalo”.

Cada día, en las escuelas de la Aldea Yanapay, se reciben entre 50 y 70 niños, que viven durante cuatro horas una vida mejor, más solidaria, más armoniosa. La sola existencia de la aldea significa la posibilidad de un lugar cálido y seguro para los niños que andan por las calles o que viven en hogares complicados.

La idea siempre ha sido crear y mantener una atmósfera en la que el niño comprenda que se puede convivir con otros seres humanos, pequeños o adultos, iguales o distintos a uno, de forma pacífica. Para ello, celebran cada día “círculos de expresión”, donde conversan un poco de todo: violencia en la casa, identidad con la ciudad, y realizan dinámicas lúdicas. Los niños llegan a sus propias conclusiones sin presión alguna. Casi siempre es la más pacífica. “Siempre aprovecho cada segundo en la escuela, haciendo la cola para la leche, en los juegos o al momento de ir al baño, para educar, ofreciéndoles alternativas para no usar la agresividad y fomentar responsabilidad que traerá logros a futuro cuando sean mejores ciudadanos y padres”, señala Yuri.

http://yanapay.facipub.com/

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