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OPINION
Celebrando las malas noticias, por José Luis GargurevichImagen: difusión.
“Sin precedentes”. Esas palabras eligió el Ministerio de Educación para celebrar los resultados de aprendizaje de nuestros estudiantes en la última evaluación nacional. No se celebra dejar siete cada
diez niños atrás. Tras haber sido castigados por el claustro de la pandemia en
el 2020, cuando iniciaban su vida escolar, el 70% de los niños evaluados hoy
termina la primaria sin suficientes competencias para comprender lo que leen y
resolver problemas matemáticos. En las zonas rurales, más atrás; en el bosque
de nuestra Amazonía, mucho más atrás. En desventaja, para una secundaria
óptima, para el paso a una educación superior, para el ejercicio de sus
derechos, para la vida. El Ministerio de Educación ha
publicado las cifras de la Evaluación Nacional de Logros de Aprendizaje ENLA
del 2024, una evaluación que se hizo en parte censal y en parte muestral a
estudiantes de 4to y 6to de primaria de escuelas públicas y privadas del país.
En 4° de primaria, 32,8 % alcanzó el nivel “satisfactorio” en Lectura, y el
29,5 % en Matemática. En 6° de primaria, 24,9 % en Lectura y 13,7 % en
Matemática. “Satisfactorio” no es aspirar a lo sobresaliente, significa “lograr
el nivel esperado”. Y aunque se motiva a los
maestros a que las evaluaciones sean formativas para corregir la senda, en este
caso el Ministro anunció los resultados como quien se despide después de una
jornada exitosa, sin decirle al país qué políticas aplicará para superar estas
penosas cifras. En las escuelas privadas de
bajo costo, la situación es peor: los resultados nos muestran 80% o más de
estudiantes sin aprendizajes satisfactorios. En 10 regiones de nuestro país,
estas escuelas constituyen más de la tercera parte de la oferta. Mientras hay
congresistas que abogaron para que las escuelas privadas no tengan que
responder por estándares de calidad ni exigir a sus maestros el título
pedagógico, los resultados develan que su calidad está en infame declive. Cabe
reflexionar cómo el sistema público invierte $1000 dólares por alumno al año y
un modelo privado de bajo costo invierte $100 dólares, y ambos obtienen más o
menos los mismos resultados. ¿Celebramos o actuamos? La
decisión del gobierno ha sido salir a aplaudir “una recuperación sin
precedentes”. ¿Qué significa “sin precedentes”? ¿Se refieren a que en Loreto ya
no son 9 de cada 100 escolares los que logran aprendizajes suficientes sino 12?
Políticamente le generará rédito comunicarlo así, pero educativamente nos
supone reconocer una pérdida sostenida en el tiempo. Porque en lugar de
ponernos a trabajar, aquí usamos la evaluación para celebrar las malas
noticias. Una cuestión relevante es qué
aprendizajes evaluamos. En las pruebas donde se miden habilidades
socioemocionales, aquellos que tienen los peores resultados en Lenguaje y
Matemática, son los que tienen los mejores resultados en la regulación de sus
emociones. Los estudiantes cuyas familias asocian conductas tradicionales al
varón (no mostrar miedo, no llorar, expresar ira) son los que obtienen más bajos
puntajes en las áreas mencionadas. Y son estos mismos los que declaran haber
vivido más violencia escolar, de sus maestros y sus compañeros. Esto no es
nuevo, el mismo hallazgo se hizo el 2018. Hay estudiantes aprendiendo de
emociones saludables, de capacidad dialógica, de convivencia amable y empática,
de pensamiento crítico. Pero no los medimos ni celebramos con los mismos
titulares. Tal ha sido la letanía de
medir el éxito de nuestra política educativa de esta forma, que no olvidemos
que tuvimos un ministro que, cual Ferrando, ofreció 100 mil soles a las
escuelas que lograran ganar un concurso de lectura, como si el desempeño
escolar fuera algo que se logra por un jugoso premio económico. Me resisto a ovacionar a un
sistema que no quiere transformarse. Un sistema engolosinado en medirse siempre
igual, aun cuando demuestra que sólo una minoritaria excepción logra superar el
estándar que propone. ¿Sabemos algo más que lo que esas cifras nos dicen sobre
la recuperación de aprendizajes y la deuda que tenemos con los estudiantes que
no los recuperaron? Y para los que los recuperaron, ¿fue una estrategia
intencional en donde podemos identificar los factores que la hicieron efectiva
porque nosotros decidimos invertir en aquéllos, o resulta que en un capítulo
más de nuestra inercia, medimos lo mismo, nos sorprendemos de los resultados,
pero no sabemos exactamente por qué suceden? Hacemos mucho, y los números se
mueven lento. Hacemos poco, y tampoco retrocedemos significativamente. Nos movemos hacia mejor, sí, porque
la inercia es del sistema, no de los que enseñan y aprenden a pesar del
sistema. Hay funcionarios, directivos, maestros y comunidades logrando que
exista educación donde sólo hay precarias condiciones. Hay sector privado
escalando iniciativas de éxito. Hay sociedad civil esforzando la educación ahí
donde irónicamente los quieren desaparecer y perseguir. Por ellos sí
celebramos. Y la celebración más enfática es por los chicos y chicas que aún
creen en el poder de aprender, que mueven su escuela y a sus maestros, que nos
recuerdan que el aprendizaje es su disfrute y su logro, y no el nuestro. Pero que no se arroguen el
mérito los políticos del conformismo. Perdonen por aguar la fiesta, pero estoy
cansado de resignarnos a lo predecible, y a subir pausadamente fracción por
fracción lo que debería ser una escalada de adrenalinas y multiplicaciones.
Porque cada año que pasa son miles menos. Porque cada década que sigue, es una
generación en desventaja. Y no hay derecho. Celebremos
cuando no dejemos a ninguno sin aprender, o cuando sea agenda nacional unir
fuerzas para que sean los menos. Ahí los abrazos. Cuando los más olvidados del
sistema no tengan que escuchar el festejo desde atrás de la fila. |