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OPINION
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La cabeza dura, muy dura, de doña coyuntura

Por: Guillermo Giacosa

Los amores ideales de los medios de comunicación, aquellos por los cuales juran al contraer nupcias ante la sociedad, son la verdad y la defensa de la libertad de expresión. Sin embargo, pactan regularmente con dos amantes inestables y ambiciosas, la coyuntura y el dinero. Tanto esto es así que un humorista decía que algunos “columnistas” de los medios deberían llamarse “calumnistas” puesto que lo suyo más que opinión es presión o distracción. Y por ahí marchan las cosas: los medios, maridados escandalosamente con el poder económico, constituyen la avanzada conservadora que intenta que todo siga como está. 

En el caso del Perú nos encontramos, por un lado una nación que crece con cifras macroeconómicas que entusiasman, y por el otro una parte importante de la  población de esa misma nación que no logra encajar con el paisaje idílico que anuncian los números. Instalar esta discusión en el seno de la sociedad demanda, inevitablemente, una participación activa de todos los medios de comunicación. Si la prensa cumpliera su misión habríamos avanzado en el terreno de la justicia social y el horizonte sería una sociedad más equitativa. Desafortunadamente la llamada “realidad” es, en la práctica, una creación mediática que obedece a intereses estructurales y coyunturales y que se asocia con una voluntad inconsciente de no saber que caracteriza a aquellos cuyas necesidades elementales están resueltas. 

Montesinos, sin haber inventado nada, dio una cátedra empírica magistral sobre el tema: cada situación conflictiva para el gobierno al que había vendido sus servicios, determinaba la aparición de algún fenómeno dirigido como un misil a la emoción de los consumidores de noticias, que, de una manera u otra, constituyen el grueso de la población adulta, y el conflicto se disolvía, en el imaginario popular, al compás de vírgenes que lloraban o maledicencias inescrupulosas sobre algún enemigo real o imaginario, interno o externo. Hoy Montesinos no es más un protagonista activo de la realidad pero su escuela, que viene de Goebbels, sigue tan activa como activos son los intereses para que los grandes temas, aquellos que debieran afligir a cualquier sociedad civilizada, a cualquier sociedad que coloque a la vida y al ser humano como eje central de sus preocupaciones, sean permanentemente postergados. 

La estrategia es tan vil como simple: se crea la apariencia de una preocupación. Una nota desgarradora en la TV dominical, alguna investigación periodística de la prensa escrita igualmente preocupante, algún reportaje radial con los dolores cotidianos de algún vecino que accede al milagro de tener un micrófono ante su boca o la cobertura de algún tema de fondo como acaba de ocurrir hace poco con los temas vinculados a las necesidades insatisfechas de la primera infancia. Todo naturalmente quedará en anécdota, en un hecho condenable y preocupante pero aislado. Será siempre coyuntura, solo coyuntura. El culpable siempre será algún funcionario inepto (si es estatal mejor), un vericueto jurídico o ese fenómeno inasible y omnipresente llamado corrupción. 

Nunca los medios llegarán a preguntarse sistemáticamente y con la insistencia que ponen en causas intrascendentes, sobre las razones que determinan las carencias que se denuncian. Y no lo harán pues su misión es evitar que la sociedad pueda verse a sí misma en un espejo que refleje una realidad diferente a la creación mediática que pretenden imponernos. Todo aquello que no interese al poder económico será postergado, tergiversado o bien eliminado de las primeras planas en favor de hechos coyunturales que, por banales y tontos que parezcan, logran dirigir nuestra atención hacia el limbo tranquilizador del no compromiso.     


Guillermo Giacosa, periodista.      

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