¿Qué te pasó cuando eras niño?

Por: Marisol Pérez Tello

Muchas de las respuestas a lo que somos los adultos, está en aquello que nos pasó cuando éramos niños o niñas.

Gran parte de nosotros ni siquiera es consciente de cuánto influye en cada uno de nuestros actos la vida que tuvimos de pequeños; cuando no podíamos racionalizar ni entender nuestro día a día y, mucho menos, de evitarlo o modificarlo. Se trataba, generalmente, de emociones, de sensaciones de alegría o  pesar; es decir, de hechos que sumados nos dieron o nos quitaron estabilidad, confianza, autoestima, esperanza.

Por eso es tan importante que ahora que somos adultos y que tenemos en nuestras manos hacer algo para mejorar nuestro presente, nos detengamos a pensar sobre lo que está pasando hoy en el Perú con nuestros niños y niñas, para que en el futuro, que estará en sus manos y que es nuestro deber construir hoy, no tengamos que preguntar: ¿qué te pasó cuando eras niño?

Un adulto marcado por la violencia tiene conductas inexplicables, forma parte de ese círculo perverso del cual muchas veces no le es posible escapar, simplemente no es feliz y no es capaz de hacer nada por sí mismo y menos de hacer algo por los demás.

Es el deber de todos y todas trabajar por la no violencia y fomentar la cultura de la denuncia. Nos hemos resignado a aceptar como normal ver a niños y niñas en la calle hasta altas horas de la noche, ver a niños y niñas abandonados en parques y plazas y ser indiferentes ante la violencia.  

Hemos pasado por alto que se violen nuestros derechos por vergüenza, porque no tenemos tiempo y nos agota la burocracia. Esto se suma y termina generando un clima de complacencia del que todos tenemos responsabilidad; así que nadie la asume y, finalmente, nos acostumbramos. Han dejado de espantarnos las cifras, borramos los rostros de las victimas y seguimos viviendo sin darnos cuenta que hemos empezado a morir.

La violencia, el maltrato, el abuso sexual, no discriminan; son repudiables en todas sus manifestaciones, pero lo son doblemente cuando se trata de niños y niñas porque es determinante en su vida y compromete la existencia misma del niño o niña violentado. 

Las tasas de mortalidad y morbilidad ponen en evidencia el alto nivel de violencia que existe, pero hay muchos más casos no denunciados, cuya secuela está precisamente en nuestra sociedad como un círculo vicioso que crece en silencio y carcome todas las estructuras sociales. Lo más difícil de aceptar en estas cifras, es que cerca de la mitad de niños y niñas violentados sufren este abuso en el hogar, precisamente allí donde se forma o se debería formar su primer círculo de confianza es donde se marca su vida para siempre, con impunidad y negación. 

Una de las peores formas de violencia es la violencia sexual, que en nuestros país se dá mayoritariamente en niñas y adolecentes mujeres, con un alto nivel de impunidad, con silencios cómplices de la familia y del entorno. 

¿Qué podemos hacer? Hay mucho que hacer, pero empoderar a las mujeres y educar a las familias, a los padres y a la comunidad en su conjunto, en una cultura de la no violencia y de la denuncia, es  imperativo.

Siempre converge en la educación la solución de los problemas del Perú, y parece sencillo, pero el tema es bastante más complicado; en este caso se requiere de procesos formativos solidos, de presupuesto y de voluntad politica. Los resultados de la educación requieren períodos largos, además de políticas públicas serias y planificadas que se concentren en el desarrollo del país. Esa es en realidad la tarea de todos y todas, caminar en la construccion de un país donde haya libertad, justicia y solidaridad. Un país donde a la pregunta: ¿qué te pasó cuando eras niño?, la respuesta sea siempre: fuí un niño felíz… ese es su derecho.